Nunca se me pasó por la cabeza, hace escasos cuatro meses, que este día llegaría. Pero llegó. No sé si sería la curiosidad, mi amistad con Juanma o ese gusanillo de la competición lo que me hizo apuntarme al club. Pero todo eso se convirtió en entrenamientos, risas, sudores y, no vamos a engañarnos, alguna que otra cerveza ...

Y así fueron pasando las semanas y fui mejorando poco a poco. Hasta que llegó el momento de apuntarse a las competiciones. Todos hablaban del duatlón por equipos de Boiro del año anterior y siempre lo hacían con una sonrisa en la cara. Así que no lo dudé ni un segundo y me apunté, pensando que saldrían varios equipos.

 

Pero la sorpresa fue cuando me dijeron que sólo habría un quipo y que me daban la oportunidad de estar en él. Tengo que reconocer que en ese momento me hice pequeñito. Sabía que iría en un equipo con auténticas fieras y que tocaba cumplir. Sería mi primera competición por equipos, mi primer duatlón y además con esos cracks.
Fue una mezcla de miedo y orgullo. “Villo, no seas cagueta, que tú puedes” me dije. Y allá que fuimos ...

 

El día de salir no amaneció nada bien. Uno de los integrantes nos informó de una desgracia familiar y que no podría venir. Lo sentimos por él y por su familia y aunque el equipo lo notaría, no quedaba otra que tirar para adelante. Llegó el momento de cargar bicis en la furgoneta, preparativos, ... Todo ese ritual que, para mí, al ser la primera vez, me hizo sentir un hormigueo. Y pusimos rumbo a Boiro.

Tras el largo viaje y descansar bien por la noche (a pesar de algún que otro ronquido, bufido o llamémoslo X), amanecimos prontito con la idea de preparar la competición. Fuimos a la charla técnica, recogimos dorsales, chips, revisamos la zona de transición, ... Ya se notaba el ambiente. Ya empezaban a entrar los nervios y en mi caso, con los oídos como un radar para captar todas las indicaciones, consejos, advertencias, ...

Y después de comernos nuestro buen platito de pasta, llegó el momento. Esa liturgia de ponerse el mono, de ver tu apellido en el pecho, de poner dorsales en bicicleta y casco, y sobretodo, de copiar todos aquellos truquillos que hacían los demás. Ya no había vuelta atrás. Estaba cagado, no os voy a mentir, pero con unas ganas tremendas de correr al lado de los míos.

Y casi sin darme cuenta, allí estábamos. Plantados en la línea de salida, todos en fila, esperando la cuenta atrás del juez. 3-2-1... y el corazón se me puso a 1000. Ya estábamos los 5 dando zancadas. José Manuel nos iba dirigiendo para encontrar ese ritmo acorde a todos (más tarde hablaré de él). Íbamos adelantando equipos, escuchando las bicis en el carril cercano y poco a poco completamos el primer sector. Todo iba según lo previsto. Llegó la transición, mi punto débil. No la había entrenado mucho, pero fue bien, sin contratiempos.

Y allí me vi. Sentado en la bici dando las primeras pedaladas. Al principio fue un poco caótico. No encontramos ese compás de equipo. No íbamos bien organizados. Pero poco a poco empezamos a dar relevos y se empezó a ver el grupo. Nos cruzamos varias veces con las chicas. Los ánimos eran mutuos. Esa cara de sufrimiento se transformaba en una sonrisa al saludarlas.

Pero el sector anterior se le había hecho duro a un miembro del equipo y en la bici lo fue notando hasta que prefirió que siguiéramos sin él. Sólo quedábamos cuatro. Los cuatro necesarios para entrar en meta. Y yo debía ser uno. No quedaba más remedio que apretar los dientes y aguantar a estas bestias. Los últimos dos kms de bici se me hicieron largos. Mi cuerpo empezaba a notar la fatiga. Y llegó la transición. Otra vez a poner a prueba la habilidad. Pero esta vez no salió tan bien. Me costaba meterme las zapatillas. Veía que mis compañeros estaban casi preparados, así que decidí salir con una zapatilla sin abrochar. “No pasa nada, son sólo 2 kms” me dije.

Y en realidad ese no fue un gran problema. El problema fue que ya estaba en la reserva. Tenía las piernas como el hormigón pero seguí aguantando. Tuve que avisar para bajar el ritmo y allí apareció José Manuel, el líder, nuestro líder. El más jovencito pero la mayor seguridad. Vino al rescate y empezó a tirar de mí como un cabestro. “Vamos Villo, hay que sufrir, no queda nada”, “mira mis pies, fíjate en mis pies” me decía. Y se me hizo largo, pero acabé. Os confieso que esos últimos 2,5 kms los corrió mi cuerpo con la cabeza de José. Este párrafo es para ti, crack.

Y ahí acabamos, en la línea de meta, felicitándonos y abrazándonos. Unos más enteros que otros. Y por eso el título de mi post “cuando los nervios se convierten en abrazos”.
Así que solo me queda dar las gracias a todos. La competición duró una hora, pero el resto del fin de semana fue espectacular. Han pasado unos días y ya no recuerdo el cansancio que pasé. Sólo recuerdo las anécdotas vividas y que seguiremos recordando con una cerveza de por medio.

Fue la primera, pero espero que no sea la última.
Gracias a todos

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